Todo el largo proceso que han ocupado las campañas para elegir candidatos presidenciales en las dos grandes formaciones de Estados Unidos, el Partido Republicano y el Partido Demócrata, muestra un hecho palpable: el sistema político más antiguo y más estable de la era moderna –cuyos orígenes se remontan a los últimos años del siglo XIX– atraviesa por una crisis de proporciones todavía impredecibles. Uno a uno, los candidatos que apostaron a reproducir las fórmulas probadas durante décadas para lograr la nominación presidencial han sido prácticamente rebasados por dos figuras que introdujeron en la política del establishment una dimensión textualmente desconocida. La dimensión en que la política deviene lo político: una confrontación entre dos perspectivas efectivamente opuestas, dos proyectos enfrentados entre sí de manera abierta y sin ambigüedades, que aspiran a definir el futuro inmediato de ese país.
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