Hace años entrevisté a la gran cuentista Amparo Dávila y tuve el gusto de recibir una invitación a su boda con el pintor Pedro Coronel. La vi de blanco, pequeñísima, como muñeca de pastel, con su velo de tul sobre su pelo negro, al lado de un gigantón vestido de frac que sonreía a la felicidad. Creo que tuvieron dos hijas, porque después perdí a Amparo de vista pero no de afecto ni de interés por su creatividad.
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